sábado, 17 de diciembre de 2011

LA PATRIA EQUIVOCADA, (1991) de Dalmiro Sáenz. O de las batallas entre los valores y las armas mientras la Nación buscaba hacerse.




De la Teoría Literaria me interesa poco, apenas lo básico, como una referencia, nada más. ME INTERESA LA BUENA LITERATURA!!! Por eso me permito recomendar los textos que --por lectura y propia experiencia estética de disfrutada recepción-- engrosan la lista de la ficción que perdura, más allá de las modas, de las ofertas, de los saldos en librerías de viejo.
Hoy comparto las dos o tres primeras páginas de LA PATRIA EQUIVOCADA, porque creo que, junto a los cuentos de SETENTA VECES SIETE, conforma lo mejor dentro de la variada obra de DALMIRO SÁENZ.
(En un hipotético Cánon de nuestra Literatura que sólo tomara en cuenta las novelas y no sus autores, entonces "La Patria equivocada" tendría su merecido lugar).


QUERIDOS PADRE Y MADRE:

Tengo instalada ya en mi tristeza las caras de ustedes cuando terminen de leer esta carta. La suya, mamá, inclinada sobre este papel, como cuando terminaba de tocar el piano y su mirada quedaba un rato extraviada sobre las teclas. Sus ojos tendrán lágrimas, su frente esa arruga vertical que yo de chica trataba de borrar con los dedos; y usted, papá, tal vez no diga nada por un rato o tal vez diga a mamá ¿qué fue lo que hicimos mal?, o algo por el estilo, Yo quisiera convencerlos de que no hicieron nada mal, de que las personas no somos tan importantes como para hacer tanto mal como pretendemos.
A Clorindo lo conocí durante la segunda invasión de los ingleses. Yo había terminado el turno de la tarde en el hospital de sangre y ya estaba por volverme a casa cuando lo trajeron en una camilla. Vi que era un Patricio por lo que quedaba de su uniforme y, por la trenza, vi que era un soldado raso, pero no le pude ver la cara porque estaba cubierta de sangre y barro. Lo primero que hacíamos, cuando llegaban los heridos, era llevarlos para localizar bien las heridas y ahorrarle tiempo a los médicos. Busqué una palangana con agua y empecé a enjuagarle la cara muy despacio con una esponja. Les cuento esto porque creo que fue importante. Era algo muy raro lo que yo sentía en ese momento; era ver el nacimiento de una cara, era descubrir una mirada que, a su vez, descubría mi mirada. Él estaba conscientey sufría. Lo desvestí con mucho cuidado y miré ese cuerpo tan joven y tan profanado por el metal caliente de la metralla. Fue como mirar una estatua embellecida por el desgaste o enriquecida por el destrozo de alguno de sus miembros, o como mirar su propia cara, padre, con la cicatriz que le dejó el duelo con Martín Argañaraz.
Como el médico se demoraba empecé a deshacerle la trenza y, como pude, le quité los enchastres de sangre y de barro del pelo. Recién con el pelo suelto y limpio sobre la almohada dejó de ser un soldado. era un muchacho, casi un ángel, desnudo como una talla. Tuve la sensación de estar escamoteándole a la ciudad uno de sus guerreros. me desconcertaron mis sentimientos. Tenía delante de mí el cuerpo de un hombre liberado de ese aspecto que las circunstancias le había adjudicado; era casi un secreto lo que yo poseía, tal vez ni él mismo se hubiera reconocido en la suavidad de su letargo, en las manos empuñando el vacío de las armas, en la boca un poco abierta de su infancia.
No creo que allí me enamorara de él, más bien me enamoré de mis propios sentimientos. En el hervidero de ideas de nuestra casa, en esa sala tres veces más grande que el ranchito en donde ahora vivo, ustedes me hicieron comprender la revolución del ser humano. Una vez cuando usted, padre, me leía a Rousseau, tuve la sensación de que Rousseau no era más que un lenguaraz, un traductor de un idioma que yo poseía desde hacía rato, pero que recién él me lo permitía descifrar. Algo así pasó con Clorindo. Yo le había robado a Saavedra uno de sus soldados, o mejor dicho, lo había despojado de su uniforme, de las huellas del combate, de la sangre y el barro y hasta su trenza de Patricio, y había dejado aldescubierto lo que quedaba de él. ¿Y qué quedaba de él? ¿Qué queda de nosotros cuando nos despojamos del ropaje de las circunstancias? ¿Existimos? ¿Somos como huérfanos de nostros mismos?
yo, por ejemplo, cuando Dolores corría las cortinas de mi cuarto para despertarme y me decía: "Buenos días tenga usted, Niña Clarita, acá está su chocolate", y yo le contestaba desde la cama: "Buenos días, Dolores, cómo amaneciste". ¿Quién era la que decía buenos días, Dolores, como amaneciste? ¿Era la misma que esta mañana en el rancho se acercó a Clorindo con un mate y quedó pendiente de su silencio, a la espera del sonido de la bombilla para estirar el brazo y continuar con la liturgia de las madrugadas y llenar nuevamente el mate con el agua hirviente de la pava?
Y cuando Clorindo se levanta y se lava en la palangana junto al espejo y se reconstruye la trenza y se pone su uniforme de Patrico para ir al cuartel, ¿quién es la que lo mira? ¿La niña Clarita que tomaba chocolate caliente en la cama todas las mañanas o esta mujer que les escribe,después de haber barrido la galería, de haber alimentado a las gallinas y que ahora está vigilando con un ojo el puchero, que se me está por desbordar de adentro de la olla?
No lo sé. Tal vez uno es lo que le exigen las circunstancias y yo ahora hable el lenguaje de ustedes porque los imagino leyendo esta carta. Y, hoy a la noche, cuando Clorindo vuelva del cuartel y nos encerremos en nuestro mundo de silencios y yo le tome esa mano que apenas sabe dibujar las letras de su nombre en un papel, ¿quién es la que va a estar ahí? ¿La hija de ustedes? ¿La mujer de Clorindo? ¿Las dos juntas?
A veces pienso que yo fui un invento de ustedes, que ustedes me hicieron como estamos todos, de una u otra forma, haciendo este país. Otras veces pienso que yo los inventé a ustedes, no sólo en mi imaginación, sino también que ustedes serían muy distintos de lo que son si yo no existiese. A veces no pienso nada y entonces me pongo a escribir cartas como ésta.
¿Se acuerdan cuando nos pasábamos las horas en casa leuendo El Contrato Social o cuando discutíamos en las tertulias de los jueves con los Peña o con los Monteagudo, cuando yo repetía párrafos de memoria del libro que estaba leyendo en ese momento? Me parece que ha pasado tanto tiempo. Yo, en esa época, me sentía hija de ustedes. Ahora me siento hija de mí misma.



NOTA. 1/ Tomado de "La Patria equivocada", de Dalmiro Sáenz.
Editorial Planeta Argentina. Buenos Aires, 1991.

NOTA. 2/ Las pinturas que ilustran esta entrada pertenecen a Cándido López, soldado y pintor, que participó en la Guerra de la Triple Alianza contra Parguay, y que la bocetó en detalles; artista que por imaginación de Sáenz forma parte de esta bella novela argentina.