sábado, 18 de febrero de 2012

JULIO CORTÁZAR: un Cronopio, gigante y divertido, entre amables felinos que comparten sus días con él.



El pasado 12 de Febrero se cumplió otro aniversario del adiós de nuestro queridísimo JULIO CORTÁZAR. Punto. Siempre estaremos --con motivos o sin ellos-- escribiendo de él, sobre él y para él ¿quién nos puede negar esta ilusión?

Sabemos que le gustaban los gatos y que siempre se rodeó de ellos. Las fotos en los años parisinos lo muestran jugando con estos amables amigos. En este amor se empareja a Baudelaire, "... al orgullo de casa, la fuerza y la dulzura de los gatos" (Poema LXVI, "Los gatos"), a Pavese, "Habrá otros días, habrá otras voces. Sonreirás a solas. Los gatos lo sabrán" ("The cats will know"/Los gatos lo sabrán), a Borges, "El gato blanco y célibe se mira en la lúcida luna del espejo" ("Beppo"), que también amaban estas inteligentes, sutiles, distinguidas y afectuosas criaturas. (El singular humor cortazariano lo llevó a llamar a un gato con el pretencioso nombre de... Teodoro W. Adorno, el filósofo y sociólogo alemán...!!! ¿Se lo imaginan levantándose cada mañana y teniendo cerca a su pequeño y juguetón Teodoro W. Adorno?)
Se acompañaba con ellos y los dejaba entrar a su ficción, tal es así que los podemos encontrar en su obra, por ej. en el capítulo 59 de "Rayuela", en "El Diario de Andrés Fava", en "Último round", en "La vuelta al día en ochenta mundos", en "Queremos tanto a Glenda", etc.

Comparto este poema en prosa donde deja asentado este mutuo afecto que se alimentaba de miradas, caricias, silencioso estar y de los momentos lúdicos que los hermanaban aún más en ese espacio donde todo era "tan libre, tan posible, tan gato".


"Calac sigue rondando mi mesa y de la impresión de divertirse bastante. Jamás aprobará lo que hago, precisamente porque es mi mejor alter ego, pero su relativo silencio es una suerte de aceptación de todo esto que inquieta a mi yo más metódico, por ejemplo que en vez de sistematizar desenrollo simplemente el piolín de esta madeja de papeles acumulados a lo largo de cuatro décadas cuatro. Sigo sacando hojitas de cuadernos y carpetas, tiro las que ya no me dicen nada, juego con un azar en que tiempos y ánimos saltan como las piezas de un puzzle revuelto. Calac parece comprender que una clasificación previa de temas o periodo no parece la buena regla del juego, y que gracias a eso la baraja me va poniendo inesperadas secuencias en la mano. Nos estamos divirtiendo de veras, Calac y yo, mientras Polanco rabia en su rincón y murmura cosas como técnicas estocásticas inadmisibles, o procesos aleatorios dignos de una mosca dibujando su propio vuelo para nadie o de una cucaracha jugando contra Bobby Fischer en un embaldosado.
Imagino que hacia el final aparecerán pameos y prosemas que hubieran debido estar en lo ya ensamblado, pero si este libro no es plástico, no es nada. Por ahora lo que más nos gusta a Calac y a mí es que las cosas saltan como ranitas cadenciosas desde sus pozos de papel a la máquina de escribir que las pone en fila, y en eso los meopas se parecen muchísimo a mi gata Flanelle ("honi soit qui mal y pense" en la Argentina: Flanelle se llama así por su pelaje y no por su líbido), que también brinca cada tanto a mi mesa para explorar lápices, pipa y manuscritos. Todo aquí es tan libre, tan posible, tan gato".



Tomado de El agua entre los dedos, en Salvo el crepúsculo, de Julio Cortázar.
Alfaguara. Buenos Aires, 1996.