sábado, 28 de mayo de 2011

Tres Haiku míos.




Prostituta, me llaman.
Hombres toman mi cuerpo.
Sólo yo conozco mi nombre.

---O---

Pagan por mí.
Me toman a la luz de las velas.
Yo me ilumino sola.

---O---

Un pájaro canta.
Hombres, pagando, se mojan en mí.
Mis alas me sacan de aquí.

---O---


NOTA: Escritos tras lectura de una reseña de "Antología de poetas prostitutas chinas: siglo V al XVIII", de Giojien Chen. Colección Visor de Poesía, de reciente edición en España. (Reseña en Suplemento Las 12, de Página 12, edición del 27/V/2011).

sábado, 21 de mayo de 2011

ANDRÉS RIVERA: La revolución es un sueño eterno.



ANDRÉS RIVERA, Buenos Aires, 1928, reniega de la "novela histórica", género tan de moda en los 90. Por eso lo suyo está muy lejos de ella. Le basta encontrar un hecho ocurrido, una frase, una afirmación de algunos de los que conforman "la historia de nuestra Nación" para, partiendo de allí, crear, por la ficción, un clima de época que nos acerca más a la verdad que no se nos enseña en las aulas, que no aparecen en los textos oficiales.
Además del título que consideramos, ha publicado otras novelas que recuperan la mirada hacia nuestros próceres y sus circunstancias personales y políticas; "El farmer", en la que habla el exiliado Juan Manuel de Rosas, desde su austera vida en la campiña inglesa de Southampon; "En esta dulce tierra", "El amigo de Baudelaire","Ese manco Paz", en las que mira, buceando, en el espíritu de su época, en la que la Argentina debatía qué caminos seguir y con qué hombres (proyectos, ideologías, valores, etc).
Nuestra historia, la historia de los hombres, la historia de una violencia, como un medio y como un modo de entender la Historia: así podría ser "resumido" cierta intencionalidad... literaria en Rivera. Pero también ha sabido mirar a hombres más cercanos a la contemporaneidad vernácula; y lo hizo por medio de tres novelas, "Hay que matar", "El profundo sur", y "Estaqueados".
Cada una de sus novelas son breves y en cada una de ellas repite su estilo... Hacer un afirmación, para volver más tarde a ella y repetirla con matices, leves, que la hacen otra. Una prosa justa, sin floreos, económica. Con "La revolución es un sueño eterno", en la que habla Juan José Castelli, "el orador de la Revolución", (que se está muriendo de un Cáncer en la lengua), se ha hecho, en 1992, merecedor del Premio Nacional de Literatura, nada menos. Comparto aquí tres párrafos, de esta potente narración, de un escritor que tiene cosas para decir y preguntas para hacer, y que las dice y hace por medio de la ficción.


LA REVOLUCIÓN ES UN SUEÑO ETERNO

Escribo: un tumor me pudre la lengua. Y el tumor que la pudre me asesina con la perversa lentitud de un verdugo de pesadilla.
¿Yo escribí eso, aquí, en Buenos Aires, mientras oía llegar la lluvia, el invierno, la noche? Escribí: mi lengua se pudre. ¿Yo escribí eso, hoy, un día de junio, mientras oía llegar la lluvia, el invierno, la noche?
Y ahora escribo: me llamaron -¿importa cuándo?- el orador de la Revolución. Escribo: una risa larga y trastornada se enrosca en el vientre de quien fue llamadoel orador de la Revolución. Escribo: mi boca no ría. La podredumbre prohíbe, a mi boca, la risa.
Yo, Juan José Castelli, que escribí que un tumor me pudre la lengua, ¿sé, todavía, que una risa larga y trastornada cruje en mi vientre, que hoy es la noche de un día de junio, y que llueve, y que el invierno llega a las puertas de una ciudad que exterminó la utopía pero no su memoria?
(Cuaderno I. Página 15)


¿Qué nos faltó para que la utopía venciera a la realidad? ¿Qué derrotó a la utopía? ¿Por qué, con la suficiencia pedante de los conversos, muchos de los que estuvieron de nuestro lado, en los días de mayo, traicionan la utopía? ¿Escribo de causas o escribo de efectos? ¿Escribo de efectos y no describo las causas? ¿Escribo de causas y no describo los efectos?
Escribo la historia de una carencia, no la carencia de una historia.
(Cuaderno I. XII. Pág. 57)


¿Qué juramos, el 25 de mayo 1810, arrodillados en el piso de ladrillos del Cabildo?
¿Qué juramos, arrodillados en el piso de ladrillos de las sala capitular del Cabildo, las cabezas gachas, la mano de uno sobre el hombro de otro? ¿Qué juré yo, de rodillas en la sala capitular del Cabildo, la mano en el hombro de Saavedra, y la mano de Saavedra sobre los Evangelios, y los Evangelios sobre un sitial cubierto por un mantel blanco y espeso? ¿Qué juré yo, en ese día oscuro y ventoso, de rodillas en la sala capitular del Cabildo, la chaqueta abrochada y la cabeza gacha, y bajo la chaqueta abrochada, dos pistolas cargadas? ¿qué juré yo, de rodillas sobre los ladrillos del piso de la sala capitular del Cabildo, a la luz de velones y candiles, la mano sobre el hombro de Saavedra, la chaqueta abrochada, las pistolas cargadas bajo la chaqueta abrochada, la mano de Belgrano sobre mi hombro?
¿Qué juramos Saavedra, Belgrano, yo, Paso y Moreno, allá, el último de la fila viboreante de hombres arrodillados en el piso de ladrillos de la sala capitular del Cabildo, la mano de Moreno, pequeña, pálida, de niño, sobre el hombro de Paso, la cara lunar, blanca, fosforescente, caída sobre el pecho, las pistolas cargadas en los bolsillos de su chaqueta inmóvil como un ídolo, lejos de la luz de velones y candiles, lejos del crucifijo y los Santos Evangelios que reposaban sobre el sitial guarnecido por un mantel blanco y espeso? ¿Qué juró Moreno, allí, el último de la fila viboreante de hombres arrodillados, Moreno, que estuvo, frío e indomable, detrás de French y Beruti, y los llevó, insomnes, con su voz suave, apenas un silbido filoso y contínuo, a un mundo de sueños, y French y Beruti, que ya no descenderían de ese mundo de sueños, armaron a los que, apostados frente al Cabildo, esperaron, como nosotros, los arrodillados, el contragolpe monárquico para aplastarlo o morir en el entrevero?
¿Qué juramos allí, en el Cabildo, de rodillas, ese día oscuro y otoñal de mayo? ¿Qué Belgrano, mi primo? ¿Y qué el doctor Moreno, que me dijo rezo a Dios para que a usted, Castelli, y a mí, la muerte nos sorprenda jóvenes?
¿Juré, yo, morir joven? ¿Y a quién juré morir joven? ¿Y por qué?
(Cuaderno II. V. Págs. 145 y 146)



Tomado de La Revolución es un sueño eterno, de Andrés Rivera.
Alfaguara. Buenos Aires, 1993.

sábado, 14 de mayo de 2011

Tres poemas míos. (Para Michelle Renyé, que me los pidió).

(1) COLORES NO CONOCIDOS

En las cosas que se hunden
en las cosas que no se abisman
en tu noche odiada
en tu día sorpresivo
en la zona menos querida de tu cuerpo
en todo lo que no te contesta el espejo
en el silencio no esperado
en el grito no gritado
en la Historia que olvida recrearse en tu existencia
en los oficios divinos que extraviaron su razón.

En todo eso piensa el Poeta cuando escribe.

En todo eso y en muchas cosas pienso cuando me angustio.

No puedo recordar el instante en que nací
quizá porque allí se fundó
el momento justo de mi muerte.

Y cuando logro vislumbrar mi muerte venidera
pierdo de ti memoria
y soy, yo mismo,
el centro frágil del Universo:

Allí la Eternidad juega con pájaros
de colores no conocidos.

-----ooOoo-----


(2) PERTENENCIAS MISTERIOSAS

"We love the things.
We love for what they are".
Robert Frost
(Hyla Brook)

Amamos lo que nos rodea,
lo que nos da cuerpo.

Lo que semeja el Paraíso
--en nuestra búsqueda est/é/tica.

Amamos lo que sólo nosotros
vemos en la esencia --¡Sí!--
del objeto singular.

Amamos las cosas que
nos vieron llorar,
los objetos
que nos rodean y nos abrazan.

Los objetos que hemos elegido.

Los objetos que nos ayudan
a ser lo que somos.

Amamos las cosas que
nos verán morir:

por eso mismo las amamos.

-----ooOoo-----


(3) OPOSICIONES/CONSTRUCCIONES

Tenemos que oponer
la vocación de sentido al nihilismo,
Heráclito a Parménides,
la rosa al óxido,
obstinación al suicidio,
valentía social al exilio interno,
los fermentos humanos a las ideologías de clausuras,
un niño sano que llora a un adulto escéptico que amarga,
una noche de estrellas estímulo a un día de tormenta azote.

Tenemos que oponer
docentes con vocación a científicos sin razón,
artistas con pasión a tecnócratas sin corazón,
un soneto a un paper,
una mano abierta a individuos cerrados,
religión de hombres libres
a la letra muerta de los sacerdotes del No.

Tenemos que oponer
los auténticos poetas a los desprestigiados políticos,
palabras de madres a órdenes de Generales.

Tenemos que oponer
un dios-hombre a un Dios lejano.

Para hacer fuerza por el sol de mañana.

Y oponer, sobre todo: ¡Memoria al olvido!


-----ooOoo-----


1 y 2, Tomados de Antología Poética, (Tomo I).
Ediciones Nubla. Temperley, Buenos Aires, 1996.

3, Tomado de Primer Certamen de Literatura. Poesía joven.
Editorial Embajada de las Letras. Buenos Aires, 1996.

domingo, 8 de mayo de 2011

JACOBO FIJMAN. Tres poemas.



MASCARAS

Sangró mi corazón como una estrella
crucificada.
Dolor;
del sándalo purísimo del sueño
trabajaron la balsa de mi vida.

Amor
hízome calles de esperanza
que oprimieron tus manos de alegría.

Sus máscaras de aromas pusiéronme los astros
en las músicas negran que miran lentamente
mi soledad de túnel olvidado.

Y todavía el muelle
de mi ser bosteza;

yerra mi angustia
dando vueltas y medias-vueltas
como barricas.

Hasta que al fin, se romperá algún día
mi corazón como un ladrillo.

¡Sus máscaras de aromas me prenderán los astros!


TARDE VIOLENTA

Cae de bruces un silencio frío
en el ocio violeta de la tarde.
¡Perplejas añoranzas!

Se retuercen las paredes de mi estancia.
Ronronean las luces como gatos.
El caserío soñoliento
engrisa las campanas.

El viento tiene los pies desnudos.

Se ensordece la tarde
arrastrándose, lentamente.

¡Perplejas añoranzas!

De reojo me miran los sarcasmos.


CANTO DEL CISNE

Demencia:
el camino más alto y más desierto.

Oficios de las máscaras absurdas; pero tan humanas.
Roncan los extravíos;
tosen las muecas
y descargan sus golpes
afónicas lamentaciones.

Semblantes inflamados;
dilatación vidriosa de los ojos
en el camino más alto y más desierto.

Se erizan los cabellos del espanto.

La mucha luz alaba su inocencia.

El patio del hospicio es como un banco
a lo largo del muro.

Cuerdas de los silencios más eternos.

Me hago la señal de la cruz a pesar de ser judío.

¿A quién llamar?
¿A quién llamar desde el camino
tan alto y tan desierto?

Se acerca Dios en pilchas de loquero,
y ahorca mi gañote
con sus enormes manos sarmentosas;
y mi canto se enrosca en el desierto.

¡Piedad!



Tomado de, JACOBO FIJMAN, OBRA POETICA 1: Molino rojo/ Hecho de estampas.
Editorial Leviatán. Colección Poesía Mayor. Buenos Aires, 1998.

sábado, 7 de mayo de 2011

Marguerite Duras: "Esta casa , esta casa es el lugar de la soledad".



"Esta casa es el lugar de la soledad, sin embargo da a una calle, a una plaza, a un estanque muy antiguo, al grupo escolar del pueblo. Cuando el estanque está helado, hay niños que vienen a patinar y me impiden trabajar. Les dejo hacer. Los vigilo. Todas las mujeres que han tenido hijos vigilan a esos niños, desobedientes, locos, como todos los niños. Pero, qué miedo, cada vez, el peor de los miedos. Y qué amor.

La soledad no se encuentra, se hace. La soledad se hace sola. Yo la hice. Porque decidí que era allí donde debía estar sola, donde estaría sola para escribir libros. Sucedió así. Estaba sola en casa. Me encerré en ella, también tenía miedo, claro. Y luego la amé. La casa, esta casa, se convirtió en la casa de la escritura. Mis libros salen de esta casa. También de esta luz, del jardín. De esta luz reflejada del estanque. He necesitado viente años para escribir lo que acabo de decir.

La soledad, la soledad también significa: o la muerte, o el libro. Pero, ante todo, significa el alcohol. Whisky, eso significa. Hasta ahora nunca he podido, pero nunca, de verdad, o en tal caso debería remontarme lejos... nunca he podido empezar un libro sin terminarlo. Nunca he hecho un libro que no fuera ya una razón de ser mientras se escribía, y eso, sea el libro que sea. Y en todas partes. En todas las estaciones. Descubrí esta pasión aquí en las Yvelines, en esta casa. Por fín tenía una casa donde esconderme para escribir libros. Quería vivir en esta casa. ¿Para hacer qué? Empezó así, como una broma. Quizás escribir, me dije, podría. Ya había empezado libros que había abandonado. Había olvidado incluso los títulos. "El viceconsul", no. Nunca lo abandoné, pienso en él a menudo.

Hallarse en un agujero, en el fondo de un agujero, en una soledad casi total y descubrir que sólo la escritura te salvará. No tener ningún argumento para el libro, ninguna idea de libro es encontrarse, volver a encontrarse, delante de un libro. Una inmensidad vacía. Un libro posible. Delante de nada.

Cuando me acostaba, me tapaba la cara. Tenía miedo de mí. No sé cómo no sé por qué. Y por eso bebía alcohol antes de dormir. Para olvidarme, a mí. Enseguida pasa a la sangre, y luego uno duerme. La soledad alcohólica es angustiosa. El corazón, sí. De repente late muy deprisa.

Cuando yo escribía en la casa todo escribía. La escritura estaba en todas partes. Y cuando veía a los amigos, a veces no acertaba a reconocerlos. Hubo varios años así, difíciles, para mí, sí, diez años quizá, quizá duró diez años. Y cuando amigos incluso muy queridos acudían a visitarme, también era terrible. Los amigos nada sabían de mí: me apreciaban y acudían por gentileza creyendo que hacían bien. Y los más extraño era que no me importaba.

Eso hace salvaje la escritura. Se acerca a un salvajismo anterior a la vida. Y siempre lo reconocemos, es el de los bosques, tan antiguo como el tiempo. El del miedo a todo, distinto e inseparable de la vida misma. Uno se encarniza. No se puede escribir sin la fuerza del cuerpo. Para abordar la escritura hay que ser más fuerte que uno mismo, hay que ser más fuerte que lo que se escribe. Es algo curioso, sí. No es sólo la escritura, lo escrito, también los gritos de las bestias de la noche, lo de todos, los vuestros y los míos, los de los perros. Es la vulgaridad masificada, desesperante, de la sociedad. El dolor; también es Cristo y Moisés y los faraones y todos los judíos, y todos los niños judíos, y también lo más violento de la felicidad. Siempre, eso creo".



Tomado de, Escribir, de Marguerite Duras.
Tusquets Editores. Colección Fábula. Barcelona, 2000.