sábado, 21 de mayo de 2011

ANDRÉS RIVERA: La revolución es un sueño eterno.



ANDRÉS RIVERA, Buenos Aires, 1928, reniega de la "novela histórica", género tan de moda en los 90. Por eso lo suyo está muy lejos de ella. Le basta encontrar un hecho ocurrido, una frase, una afirmación de algunos de los que conforman "la historia de nuestra Nación" para, partiendo de allí, crear, por la ficción, un clima de época que nos acerca más a la verdad que no se nos enseña en las aulas, que no aparecen en los textos oficiales.
Además del título que consideramos, ha publicado otras novelas que recuperan la mirada hacia nuestros próceres y sus circunstancias personales y políticas; "El farmer", en la que habla el exiliado Juan Manuel de Rosas, desde su austera vida en la campiña inglesa de Southampon; "En esta dulce tierra", "El amigo de Baudelaire","Ese manco Paz", en las que mira, buceando, en el espíritu de su época, en la que la Argentina debatía qué caminos seguir y con qué hombres (proyectos, ideologías, valores, etc).
Nuestra historia, la historia de los hombres, la historia de una violencia, como un medio y como un modo de entender la Historia: así podría ser "resumido" cierta intencionalidad... literaria en Rivera. Pero también ha sabido mirar a hombres más cercanos a la contemporaneidad vernácula; y lo hizo por medio de tres novelas, "Hay que matar", "El profundo sur", y "Estaqueados".
Cada una de sus novelas son breves y en cada una de ellas repite su estilo... Hacer un afirmación, para volver más tarde a ella y repetirla con matices, leves, que la hacen otra. Una prosa justa, sin floreos, económica. Con "La revolución es un sueño eterno", en la que habla Juan José Castelli, "el orador de la Revolución", (que se está muriendo de un Cáncer en la lengua), se ha hecho, en 1992, merecedor del Premio Nacional de Literatura, nada menos. Comparto aquí tres párrafos, de esta potente narración, de un escritor que tiene cosas para decir y preguntas para hacer, y que las dice y hace por medio de la ficción.


LA REVOLUCIÓN ES UN SUEÑO ETERNO

Escribo: un tumor me pudre la lengua. Y el tumor que la pudre me asesina con la perversa lentitud de un verdugo de pesadilla.
¿Yo escribí eso, aquí, en Buenos Aires, mientras oía llegar la lluvia, el invierno, la noche? Escribí: mi lengua se pudre. ¿Yo escribí eso, hoy, un día de junio, mientras oía llegar la lluvia, el invierno, la noche?
Y ahora escribo: me llamaron -¿importa cuándo?- el orador de la Revolución. Escribo: una risa larga y trastornada se enrosca en el vientre de quien fue llamadoel orador de la Revolución. Escribo: mi boca no ría. La podredumbre prohíbe, a mi boca, la risa.
Yo, Juan José Castelli, que escribí que un tumor me pudre la lengua, ¿sé, todavía, que una risa larga y trastornada cruje en mi vientre, que hoy es la noche de un día de junio, y que llueve, y que el invierno llega a las puertas de una ciudad que exterminó la utopía pero no su memoria?
(Cuaderno I. Página 15)


¿Qué nos faltó para que la utopía venciera a la realidad? ¿Qué derrotó a la utopía? ¿Por qué, con la suficiencia pedante de los conversos, muchos de los que estuvieron de nuestro lado, en los días de mayo, traicionan la utopía? ¿Escribo de causas o escribo de efectos? ¿Escribo de efectos y no describo las causas? ¿Escribo de causas y no describo los efectos?
Escribo la historia de una carencia, no la carencia de una historia.
(Cuaderno I. XII. Pág. 57)


¿Qué juramos, el 25 de mayo 1810, arrodillados en el piso de ladrillos del Cabildo?
¿Qué juramos, arrodillados en el piso de ladrillos de las sala capitular del Cabildo, las cabezas gachas, la mano de uno sobre el hombro de otro? ¿Qué juré yo, de rodillas en la sala capitular del Cabildo, la mano en el hombro de Saavedra, y la mano de Saavedra sobre los Evangelios, y los Evangelios sobre un sitial cubierto por un mantel blanco y espeso? ¿Qué juré yo, en ese día oscuro y ventoso, de rodillas en la sala capitular del Cabildo, la chaqueta abrochada y la cabeza gacha, y bajo la chaqueta abrochada, dos pistolas cargadas? ¿qué juré yo, de rodillas sobre los ladrillos del piso de la sala capitular del Cabildo, a la luz de velones y candiles, la mano sobre el hombro de Saavedra, la chaqueta abrochada, las pistolas cargadas bajo la chaqueta abrochada, la mano de Belgrano sobre mi hombro?
¿Qué juramos Saavedra, Belgrano, yo, Paso y Moreno, allá, el último de la fila viboreante de hombres arrodillados en el piso de ladrillos de la sala capitular del Cabildo, la mano de Moreno, pequeña, pálida, de niño, sobre el hombro de Paso, la cara lunar, blanca, fosforescente, caída sobre el pecho, las pistolas cargadas en los bolsillos de su chaqueta inmóvil como un ídolo, lejos de la luz de velones y candiles, lejos del crucifijo y los Santos Evangelios que reposaban sobre el sitial guarnecido por un mantel blanco y espeso? ¿Qué juró Moreno, allí, el último de la fila viboreante de hombres arrodillados, Moreno, que estuvo, frío e indomable, detrás de French y Beruti, y los llevó, insomnes, con su voz suave, apenas un silbido filoso y contínuo, a un mundo de sueños, y French y Beruti, que ya no descenderían de ese mundo de sueños, armaron a los que, apostados frente al Cabildo, esperaron, como nosotros, los arrodillados, el contragolpe monárquico para aplastarlo o morir en el entrevero?
¿Qué juramos allí, en el Cabildo, de rodillas, ese día oscuro y otoñal de mayo? ¿Qué Belgrano, mi primo? ¿Y qué el doctor Moreno, que me dijo rezo a Dios para que a usted, Castelli, y a mí, la muerte nos sorprenda jóvenes?
¿Juré, yo, morir joven? ¿Y a quién juré morir joven? ¿Y por qué?
(Cuaderno II. V. Págs. 145 y 146)



Tomado de La Revolución es un sueño eterno, de Andrés Rivera.
Alfaguara. Buenos Aires, 1993.

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