COMENZAR algo es una manera de resistir. Una manera de probarse uno mismo. Una manera de decirse, de pie y ante el espejo, que la voluntad es todavía un músculo que empuja.
COMENZAR de una buena vez es una manera de negarse a la dilación que dispersa --y expande y ahonda-- el cenagoso terreno de la vacilación que, parece, se eterniza.
COMENZAR algo de una buena maldita vez es apuntarse a que eso comenzado termine cuanto antes.
SABIENDO que un nuevo comienzo espera.
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LA REUNIÓN de arrastrados y dispersos fragmentos de voluntad puede alumbrar una acción.
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CONVENGAMOS que existe el alma. Convenido eso, ¿de qué se alimenta? De momentos en que toda atadura parece cortada. El alma, antonces, se alimenta del aireado oxígeno del ocio.
DESPUÉS...¿Después? Después el alma es una piedra encerrada en una lata expuesta a la velocidad que todo apura: en ella, la velocidad, nosotros no somos y el alma se sueña siendo piedra encerrada en una lata.
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