sábado, 5 de noviembre de 2011

JOHN BERGER: prosa poética, lucidez y austeridad para una mirada con pasión y compasión para este viejo mundo que va.



JOHN BERGER no necesita presentación. Basta con decir que todo lo hace bien: novelista, poeta, dramaturgo, ensayista, guionista, pintor, fotógrafo, crítico de arte. Si me dieran a escoger a un hombre de letras de Gran Bretaña me quedaría con él: porque su obra me resulta --y junto a mí millones de personas que lo leemos y esperamos su próximo título-- imprescindible. Escribe con una prosa poética atravesada por la pasión por las cosas de los hombres y por la compasión por las carencias del mundo, carencias que son el resultado de un comportamiento sin misericordia en al menos tres dimensiones: hacia sí mismo, hacia el Otro, el prójimo, y hacia el mundo de lo creado, la Naturaleza.

Desde que me encontré con su maravilloso libro de ensayos "Cada vez que decimos adiós" (Ediciones de la Flor. Buenos Aires, 1997) lo continué leyendo y estoy siempre atento a cualquier nuevo texto suyo. Comparto aquí un ensayo breve y un poema, de este querible y necesario inglés llamado JOHN BERGER!!!

UNA CAMA (1)
(Para Christoph Hansli)

No hay cuerpo alguno acostado en esta cama de hotel, ni tampoco en la de al lado. En inglés, esta situación se puede condensar en un juego de palabras en un: "no body" (ningún cuerpo/cuerpo alguno) se convierte en "nobody" (nadie), de modo que la frase inglesa "On the hotel bed there is nobody" se podría leer como: "En la cama del hotel (no) está acostado nadie". Claro que no se puede preguntar algo como: ¿Y quién es nadie? O tal vez sí, pero no habrá ninguna respuesta, sólo el borboteo de las cañerías en la habitación contigua.
Nadie es nadie, y las dos camas están vacías. Ni siquiera tienen una arruga, un pliegue, una huella. No hay nadie.
Nadie es la persona amada, la tuya o la mía, y nadie son todas las parejas que en algún momento ocuparon esta habitación. Miles con el paso de los años. Están acostadas, insomnes. Hacen el amor. Están tendidas en las dos camas que han juntado. O estrechamente abrazadas en una de ellas. Al día siguiente regresaron a su casa o nunca volvieron a verse. Hicieron dinero o lo perdieron. Se abandonaron. Se ayudaron.
Nadie está aquí, y las camas están vacías en toda su anonimia. O también podría decir: están ocupadas por la ausencia, pero esto sugiere un sentimentalismo, un lamento, que no permitirían tus pinturas.
Y, sin embargo, por el simple hecho de haber vivido, cuando miramos tus cuadros, tus cuadros de tamaño natural, no podemos olvidar, porque tú no quieres que lo olvidemos, lo que prometen las camas. De todos los objetos fabricados por el hombre, las camas son los que más pometen. ¿Por eso tal vez son tan difíciles de pintar? Incluso en un humilde hotel de una estrella, con sábanas sintéticas, las camas prometen de la misma forma que promete la naturaleza.
Y la gama de promesas es gigantesca: modestas y voluptuosas, tímidas y extáticas, desde el pequeño alivio para el dolor al gran dolor de la felicidad, desde el descanso al eterno descanso.
No es de extrañar que en muchos hoteles haya esas tarjetas que se cuelgan por fuera en el picaporte y que dice: NO MOLESTAR.
Ni tampoco me extraña, Christoph, que cuando pintas estas habitaciones sin cambiar absolutamente nada, cuando las pintas siguiendo el ejemplo de Velázquez, las paredes pintadas o empapeladas parecen infinitas. ¿Infinitas como el cielo o como el mar? No. En absoluto. Infinitas como una promesa. Incluso la promesa más pequeña que pueda ofrecer una cama tiene algo de infinito... Dormir.
Dormir. Tú estás despierto, pintando, pero nosotros, acunados y medio dormidos, susurramos irresponsablemente, imprudentemente, a la ausencia. Acércate, amor mío, estoy aquí. Y se lo susurramos a nadie.
Uno de tus cuadros representa este susurro. La imagen representada es una cama deshecha, el edredón revuelto encima. Detrás, la pared infinita. Las sábanas, los cortinajes y tapices han estado presentes durante siglos en el arte europeo. Danae se reclina en ellos. El cuerpo de Cristo yace sobre ellos. Reciben al maravilloso cuerpo que los moldea. Pero aquí sólo hay vestigios, sólo ausencia.
Yo estuve allí. Y ahora también me he ido. No hay nadie.


PAÑUELO

Por la mañana
doblado con sus flores silvestres
lavado y planchado
apenas ocupa espacio en el cajón.

Ella lo agita en el aire
y se lo ata a la cabeza.

Por la noche se lo quita
y lo deja caer
sin desatar en el suelo.

En un pañuelo de algodón
entre las flores estampadas
un día laborable
ha escrito su sueño.


NOTA: (1) De "EL TAMAÑO DE UNA BOLSA", de JOHN BERGER.
Taurus. Buenos Aires, 2004.

NOTA: (2) De "PÁGINAS DE LA HERIDA", de JOHN BERGER.
Colección Visor de Poesía.

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