Allí estás, querida Lula, ¿puedo llamarte así? Sentada en esa silla económica. Detrás de ti el piano; una mesa y sobre ella la máquina de escribir --con ella habrás escrito, quizá, las cuatro novelas que te hicieron ganar un lugar destacado entre las letras del país sin fronteras de los lectores que hacen de la lectura de los buenos libros un lugar muelle ante y entre tanto mundo hostil--. También vemos otra silla --la que te recibió estoicamente: en tu levedad cargabas con el peso de tanta vida equivocada, confusa, disconforme, de los seres que se te impusieron como "personajes"--. A un costado de esa mesa hay un cesto --que habrás llenado de tantas hojas inútiles y que convertías en bollos--. Jugás: partiendo de tu nombre público que suena masculino; con el atuendo, marcadamente varonil; con el gesto de piernas cruzadas, típico de hombres: Remarcás el gesto con las medias con rombos y el zapato negro y con cordones. Pero tu pequeña cara, ¡cuánto me gustó tu cara, contenida en esa risa estallante, plena y juvenil, de la foto en la tapa de EL ALIENTO DEL CORAZÓN, que se publicó aquí, en Buenos Aires --ciudad que tanto sabe y disfruta de y con los buenos libros y los autores que merece la pena sufrirlos con sarna que no pica!; decía que tu cara, el corte de pelo, y tus blancas, delgadas y gráciles manos te muestran mujer. (Sobre la pared una empotrada pequeña bibloteca tiene apenas unos pocos libros --pocos libros y buenos: los justos para ser transportados sin complicaciones, y es que has tenido que mudarte de lugar tantas veces).
De tus novelas he leído EL CORAZÓN ES UN CAZADOR SOLITARIO, con la que me hiciste un seguidor incondicional, gracias a esa pareja tan despareja que llaman a la compasión; años más tarde me encontré con El aliento del corazón, que incluye tus tres novelas breves y todos tus cuentos, y entonces me encontré con otra pareja muy despareja (la gigante Miss Amelia Evans y el pequeñín y deforme, en varios sentidos, Lymon Willis) en LA BALADA DEL CAFÉ TRISTE; y me tuviste en vilo con cierta vida patética, de rituales cansados e inútiles y cierto misterio, rondando por allí, en REFLEJOS EN UN OJO DORADO.
Quiero decirte, admirada y querida Carson, que me conmoviste con tus novelas y, por eso mismo, me reservo la que me depare la lectura pendiente de FRANKIE Y LA BODA.
Estás en mi numerosa y generosa biblioteca, Carson McCullers: ¡Si llegara a perderla, vos permanecerás en los tesoros que guarda mi alma!
Te evoca, tu amigo Rafael.
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